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sufran

martes, 26 de febrero de 2013

el barranco de los espiritos

Cuando Alfredo se sentaba en la colina a la que iba todos los domingos, se dedicaba a hablar solo, y la gente del pueblo estaba empezando a pensar que se le estaba yendo la cabeza.
Cuento de terror: El-barranco-de-los-espíritus
Un día estaba empezando a discutir, y se encontraba demasiado cerca del barranco.

viernes, 25 de enero de 2013

LA CASA MALDITA

Hace como 3 meses nos mudamos a una casa que arrendamos en Mexicali en México y yo estaba en mi cuarto terminando las tareas para el colegio, mis padres fueron a comprar un mueble para la casa que nos era necesario, apenas llevábamos 3 días en la casa
a y aun no estaba muy acostumbrado a ella, por eso cuando escuché el primer crujido no hice caso, pero al segundo y al tercero comencé a pensar si era la madera de la casa sola.

viernes, 4 de enero de 2013

LA ACEQUIA Y EL VIAJE A NINGUN SITIO

Alberto siempre salía por la mañana bien temprano y volvía muy tarde porque pasaba el día cuidando su huerto para poder dar de comer a su familia. A partir de las cinco ya estaba de pie y salía con sus viejas herramientas para comenzar su jornada laborar. Fueron transcurriendo los años y siempre era la misma monotonía.
 Viaje hacia ningun lado

Una mañana se levantó y pudo apreciar que hacía mucho menos frío del que acostumbraba a hacer por aquellas fechas, algo que le vendría muy bien porque hoy le tocaba regar los campos.
Al llegar a la acequia vio una mancha negra en su interior. Le extrañó bastante porque sólo hacía unos meses que la habían limpiado. El caso es que conectó el motor y empezó a extraer el agua hacia sus plantas.
Cuando la noche fue cerrándose, Alberto decidió volver a casa, pero al entrar, volvió la vista atrás y pudo ver un haz de luz que salía de la acequia hasta el cielo. No le dio la mayor importancia, y pensó que la razón era que estaba muy cansado, y es que Alberto, algunas veces, llegaba a ver cosas que no existían.
Al día siguiente salió de nuevo, y se encontró con la desagradable imagen de que su cosecha había sido completamente diezmada. Se acercó a la acequia y vio que ya no estaba la mancha negra, pero sí quedaban otras manchas aleatorias que se movían sin parar. Nada más darse la vuelta, estas manchas salieron de la acequia y se engancharon a su espalda sin que él pudiera hacer nada… y ahí yacía el cuerpo de Alberto, sin haber tenido tiempo a saber qué era lo que ocurría.

miércoles, 2 de enero de 2013

La cueva, mi casa, mi lápida


La cueva, mi casa, mi lápida

El avión empezó a caer precipitadamente al vacío, y toda la gente saltaba y gritaba dentro, temiendo el trágico final que le aguardaba. Una vez colisionó el avión contra el mar, apenas quedaba algún superviviente, me acerqué a la orilla como pude, pero al volver la vista atrás ya no veía a nadie.
 La cueva, mi casa, mi lápida
Imaginaba que tarde o temprano vendrían a rescatarme, pero lo cierto es que en el fondo algo dentro de mí lo dudaba. Lo primero que hice fue buscar un refugio llevando mucho cuidado porque no tenía ni idea de dónde me encontraba. Era una pequeña isla localizada en el Pacífico, pero que seguro que no aparecería ni en los mapas.
Una vez divisé una pequeña cueva, comencé a buscar algo de alimento y leña para pasar la noche. Ya había empezado a oscurecer, y el helado viento que pasaba por la isla no me dejaba dormir. Por otra parte, tampoco tenía mucho sueño, estaba cansado pero no iba a poder pegar ojo.
Cuando ya había empezado a relajarme, unos ruidos me alertaron y me levanté corriendo a coger un palo que tenía para defenderme de los animales peligrosos que pudieran haber. Al asomar mi cabeza no podía creer lo que estaba viendo; un montón de ojos rojos me miraban fijamente, y sin pensarlo dos veces, me metí hasta el fondo de la cueva, lugar del que ya nunca iba a poder salir, porque ellos también entraron.

sin manos

Sin manos



No están manchadas de sangre.
    Mis manos no están manchadas ni un ápice.
    Las estiró por encima de la manga de la camisa almidonada y las veo limpias y tersas, con las líneas del destino claramente definidas pero sin sangre.
    El Sr. Williams me lo repite y yo asiento y cuando vuelvo a mi cuarto hago figuras de papel y las dejo encima de  la mesilla para que todos las vean.
    Mi compañero de cuarto está tumbado bocabajo, con la cara aplastada contra la almohada y respirando profundamente, como si le estuviera asfixiando el hombre invisible.
    Dicen que está más loco que yo, pero no me creo la mitad de lo que dicen mis compañeros, porque nadie creería lo que dice un loco de otro en un manicomío, y es normal.
    Salgo al patio cerrado y un cielo encapotado me da la bienvenida al país de las maravillas. El elenco de actores ensayando eternamente es excepcional.
    Está Arthur, que es el que se tapa la cara con las manos para que no le piquen las avispas, y Gretel, que corretea de un lado a otro como un corredor de marcha dopado. Yo parezco normal al lado de estos dos, sino fuera por que de vez en cuando, y de forma disimulada, me miró las manos con detenimiento.
    Se acerca Billy, que en realidad no se llama así, y me dice algo al oído.
    No entiendo lo que susurra. Al parecer nadie le entiende.
    Luego se va encogiéndose de hombros como si le hubiera contestado con una incoherencia como la suya.
    Me acerco a Paul y le pido un cigarrillo.
- No hay cigarrillos, nunca los hubo -. Me contesta sin dejar de mirarme como si oliera mal - Ni humo, nunca lo hubo -.
- Sólo está el fumador, solo y tranquilo -.
    Me temo que hoy no puedo hablar con Paul. Me alejo y me siento en una silla cerca de la valla que da al bosque. Intento concentrarme, pasar por encima de los sedantes y saltar la valla y volver a casa a seguir con mi vida. Es un ejercicio que realizo a diario, para relajarme, para hacerme ver que todavía me queda músculo en el cerebro, que no he perdido totalmente el juicio.
    Vuelvo de regreso del trabajo. Con mi smoking impecable, mi  flamante coche esperando entrar en mi enorme garaje, junto a mi lujosa casa, con mi mujer modelo y mi hijo superdotado. Todo es felicidad, redondo y perfecto.
    Redondo y perfecto.
    Así son las ruedas. Así giran y avanzan dejando un gran surco en la hierba de la mente. Las veo atropellar al niño y a la anciana sin darme tiempo a reaccionar. Ni mi prepotencia ni mi velocidad evitan que la sangre salpique mi cara. Como hubiera deseado haberlos aplastado simplemente, sin que saltaran por los aires aquel brazo y aquella cabeza. Es terrible pensar de este modo, pero cuánto dolor me hubiera evitado, cuánta locura y remordimiento se habrían quedado en su sitio, agazapados en el fondo de mi psique.
    El Sr. Williams se acerca tras saludar a Paul como si alejara humo de su cara.
- Robert, ¿Qué tal esta mañana?.
    Por un momento tengo unas terribles ganas de mirarme las manos, pero me resisto y observo a través de la valla, a la nada.
- Bien, Doctor. Los sedantes me ayudan, estoy más... tranquilo.
- ¿Y esas manos?.  -Me las coge y las sopesa con ternura- Limpias como le dije.
- Sí Doctor, intento no mirármelas. Es una buena señal, supongo.
- Muy buena, Robert. Muy buena.
Me da un golpecito en el hombro y se marcha.
Sé que es un hipócrita, incluso un mal Doctor, pero allá cada uno con su cruz.
    Lentamente me levanto e inicio el regreso a mi cuarto. Está empezando a llover y Arthur tiene un ataque y se lo tienen que llevar entre dos enfermeros. Paul habla ahora sobre la lluvia. En cierto modo es un genio, un filósofo, un erudito. Quien sabe por qué está aquí.
- Lloro para darme a conocer a la lluvia. Somos elementos de un mismo organismo que no se percata de sus partes.
    El pasillo se llena de enfermos con sus gruñidos y quejas y trato de pasar ante ellos sin que me toquen. No quiero que me contagien su locura.
    Abro la puerta del cuarto y mi compañero sigue bocabajo, resoplando sobre la almohada mojada.
    Me pregunto si superaré esto algún día. Si me dejarán salir antes de que me vuelva como todos. Si pudiera vivir un sólo día sin arrepentirme de esas dos muertes, de aquel maldito accidente... si fuera lo suficientemente fuerte para salir adelante y pensar que fue el destino...
    El destino. Las líneas del destino.
    Vuelvo a pensar en las manos.
    Tengo que distraerlas, antes de que empiece.
    Me acerco a la mesilla, vuelo hacia el papel.
    Entonces me detengo aterrorizado.
    Allí está mi avioncito de papel, y mi barco y mi pájaro antaño inmaculado.
    Están manchados de sangre. Grandes pegotes de sangre y carne resbalan por sus dobleces, haciéndome recordar, volviendo al pasado.
    No puedo evitar mirarme las manos.
    Están rojas.
    La sangre chorrea por mis dedos.
    Empiezo a gritar y me las muerdo con fuerza.
    Pero sólo consigo que salga más sangre, mientras la cabeza de la anciana me observa desde el asiento de atrás.