La Isla de las Muñecas

Existió hace tiempo un hombre rico conocido como Don Carlos, que tras un penoso accidente que le desfiguro la cara
a su hija de apenas 5 años, compro una pequeña isla en un lago para
evitar las visitas morbosas de la gente que veía a su niña como un
fenómeno de circo. A pesar de todo el dinero que tenia no le sirvió de
nada, pues doctor tras doctor, le dijeron que el caso de su hija estaba
perdido, tampoco le valió, que haya siempre compartido su fortuna con
los demás haciendo obras de caridad.
Cierto día llego a orillas del lago un hombre muy anciano, que tras la negativa del señor a recibirlo, no tuvo más que dejarle el regalo
que le traía desde muy lejos con el balsero. Cuando Don Carlos abrió el
paquete, salió en busca del abuelo, que con un paso lento no había
logrado llegar muy lejos del camino. El viejo al verlo frente en
agradecimiento a la ayuda que el hombre rico le brindo en un momento de
necesidad le dijo: -Mi señor, no puedo mitigar tu dolor, pero mis
humildes manos expresan apoyo a tu gran pena, devolviéndote el rostro de
tu amada pequeña- Don Carlos cayó de rodillas ante él, pues el obsequio que había dejado, era una muñeca con un rostro de porcelana idéntico al de su hija. El anciano agregó entonces al ver la acción de aquel hombre –Pongo
lo que me queda de vida en tus manos, y prometo fabricar para ti noche y
días muñecas a las que puedas tomarles prestado el rostro para cubrir
las marcas de tu hija-.
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Aceptó
Don Carlos sin una duda, queriendo darle las mejores comodidades al
anciano este se negó alegando que su talento podría serle arrebatado si
renunciaba a su origen humilde, se instaló entonces en la habitación más
sencilla y montó un pequeño taller. Al darse cuenta de que el rostro de
la niña crecía más rápido de lo que el viejecillo le tenía lista una
nueva muñeca le pidió que solo fabricase mascaras, pero este de nuevo se
negó diciéndole: –Dios enseño a mis manos como construir muñecas y
eso es lo que hago, son ellas una expresión de belleza y las mascaras se
utilizan para ocultar algo ¿Siente usted tanta vergüenza que esconderá a
su hija?- Tras aquella lógica no había negativa y Don Carlos conservó como guía aquellas palabras aun después de la muerte del anciano nos meses después.
Partió
entonces el hombre rico por el mundo buscando quién pudiera fabricarle
muñecas con el rostro tan nítido, las enviaba a casa desde lejos, sus
sirvientes les arrancaban la cabeza y desechaban los
cuerpos, guardaban los rostros en un baúl a petición del señor, pues tal
vez algún día podrían utilizarlas. Pasó así varios años, sin tener
resultados el hombre volvió a casa triste y desolado, hablando con su
pequeña supo que ella se negaba a seguir con esa práctica porque los
rostros de las muñecas eran rígidos, si ella estaba molesta o alegre no
podía expresarlo.
En
medio de una tormenta, el hombre enloqueció por el dolor, sacó todas
las cabezas del baúl, las clavó en palos y las atascó en medio del
jardín. Tirado en medio de ellas, pidió a cualquier fuerza superior a
él, que diera vida a aquellos rostros, para que pudieran expresar sus
sentimientos, y así poder ofrecerle a su pequeña lo que necesitaba. Para
su mala suerte, quien respondió al llamado fue el oscuro, que le pidió a cambio su alma. Don Carlos sin titubear dijo –Si- y las muñecas le sonrieron,
abrían y cerraban los ojos, mientras volteaban a verse unas a otras.
Cuando tomó uno de las cabezas para arrancarle la parte trasera como era
la costumbre, esta sangró y dio tremendos gritos, en unos instantes las
demás gritaban también, moviéndose inquietas, algunas hasta cayeron de
los palos y perseguían al hombre rodando.
Los
sirvientes se habían marchado ya con temor a lo que sucedía, llevándose
con ellos a la esposa y la niña, el hombre quedó ahí, tirado en la
puerta de su casa, rodeado de todas aquellas cabezas, que le pedían con
violencia un cuerpo, lo confinaron al taller, donde sin
ningún talento a su alcance, fabricó para ellas cuerpos tan horrendos
como toscos, dándoles manos chuecas, piernas rotas.
Podían
escuchar los pobladores de los alrededores como el hombre era
torturado. Lo veían a veces correr, intentando escapar, perseguido por
los esperpentos tan feos que él había construido, nadie se atrevió a ir
en su búsqueda, pues temían mas a todas aquellas cabezas de muñecas ensartadas en palos, que las que ya tenían cuerpo habían en las orillas para que fuesen vistas. Convirtiendo aquella isla en un lugar maldito.
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