La Muñeca Enterrada

José
y Pablo eran casi hermanos se conocían desde pequeños y eran
inseparables. Estaban en la misma clase y, casi siempre que organizaban
trabajos en grupo se juntaban. El caso fue el mismo para una entretenida
tarea de Ciencias: los alumnos debían traer muestras de distintos tipos
de tierra según el nivel de profundidad, guardando en bolsitas un
puñado de tierra. Era la excusa perfecta para que ambos obtuvieran
permiso para ir al bosque.
Decidieron
que no deberían adentrarse demasiado ya que correrían el peligro de
perderse. Marcaron todos los árboles para no equivocar el camino de
vuelta. Llegado a un punto un extraño claro les llamó la atención. El
sitio era perfecto para escavar, tras quince o veinte minutos de risas y
bromas, acabaron su almuerzo y Pablo sacó una moneda diciendo: – El que pierda empieza -. José
perdió el lanzamiento y un poco desganado buscó por todas partes para
elegir donde comenzar a cavar. Un montón de hongos rojos con puntos
blancos llamó su atención.
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Comenzaron entonces con la tarea, recogiendo muestras de tierra en las bolsas, – ¡Tengo frío, aquí hace más frío que en todo el bosque! – le gritó a Pablo. – ¡Jajaja!, ay sí, ay sí, estás encima de un lugar maldito o hay un fantasma justo donde estás cavando – le dijo Pablo ridiculizando a su amigo. José por hacerse el valiente siguió cavando, – ¡Mira! – gritó José cuando llevaba unos minutos cavando. Pablo fue corriendo a ver lo que José le mostraba con tanta exaltación, una muñeca pelirroja de unos treinta centímetros. Al mirarla sintió que un escalofrío le recorría la médula y que el asco se anudaba en su cuello – ¡Aaaaaggh suelta eso! –
exclamó Pablo con una mezcla de terror y asco mientras se apartaba de
aquella repulsiva muñeca tuerta que José sostenía en su mano.
José
que parecía confundido miró de nuevo a la muñeca y la soltó horrorizado
al ver lo mismo que Pablo: gusanos, enormes gusanos blancos. Se
contorsionaban dentro de la cabeza de goma de la muñeca, se agitaban
como poseídos y comenzaron a sacar sus pequeñas cabezas por la cavidad
en que alguna vez estuvo el ojo faltante de esa muñeca pelirroja
cubierta por una ropa que misteriosamente conservaba su blancura casi
intacta. El único ojo que le quedaba a la muñeca era inquietante: grande
pero con la parte blanca pintada de negro y con un iris pequeño e
intensamente rojo en el cual había una diminuta y demoníaca pupila.
Ambos
chicos, realmente asustados, salieron corriendo del lugar, sintiendo
como la mirada del único ojo de esa muñeca se les clavaba en la espalda.
Únicamente pararon un par de veces, porque José se detuvo a vomitar. Al
llegar a casa a José parecía que no le abandonaban las nauseas, seguía
vomitando y se puso pálido. Los dos amigos pensaron que se recuperaría
en una par de horas, pero no fue así, con el paso de los días cada vez
estaba más delgado, pálido y débil. Tenía el aspecto de uno de esos
enfermos terminales que llevan años luchando contra la muerte
en una habitación de hospital y los médicos no acertaban a diagnosticar
una causa para su enfermedad. Una semana después de desenterrar la
muñeca José murió.
Desconsolado por la
muerte de su amigo, Pablo empezó a devoraba libros al por mayor. Los
libros eran sus nuevos amigos, y su refugio. Buscaba explicaciones
médicas para lo que le pasó a su amigo, pero los síntomas que sufrió
José eran tantos que parecía que había contraído varias enfermedades mortales simultáneamente.
Un día, en una extraña librería, Pablo encontró dentro de la sección de Esoterismo un libro sobre ritos
y leyendas. Era un libro viejo y usado, un libro de esos que ya casi no
se encuentran y que tienen extraños dibujos entre sus páginas cubiertas
de polvo. Allí decía lo siguiente junto al dibujo de una muñeca: “El
que tenga un mal incurable, que entierre una muñeca igual a ésta
mientras entona esta invocación. Su enfermedad quedará atrapada en la
muñeca. Pero el primero que la encontrase recibirá la enfermedad y
morirá salvo que realice este mismo ritual”.
Todo
estaba claro: los gusanos, los hongos, el frío, todos eran indicios de
que la muñeca que encontraron en el bosque era una muñeca maldita. Una
muñeca en la que por medio de algún pacto o brujería alguien había
desatado una maldición que condenaría a enfermar a aquel que la
encontrara mientras él curaba su cuerpo y sentenciaba su alma.
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