El Callejón de Armado
A principios del Siglo XVI los habitantes de la Capital de la Nueva España veían salir a este hombre misterioso
del Callejón de Illescas hasta llegar a las puertas del Convento de San
Francisco. Una vez ahí entraba muy decidido, se postraba de rodillas
ante el altar dando grandes y prolongados gemidos que
escapaban de su pecho, gruesos goterones de llanto resbalaban por entre
la rejilla de hierro de su casco y en un tintinear de espadas y
armadura, se inclinaba hasta besar el suelo siete veces.
Allí permanecía orando, gimiendo y
pidiendo perdón. Después, se levantaba y continuaba su camino hasta
hallar otra iglesia en donde repetía las mismas acciones. Se decía que
era un penitente que arrepentido de sus graves culpas, andaba por
cuantos altares le era permitido el tiempo, hasta llegada la medianoche,
entonces se le veía alejarse para perderse por el rumbo del callejón de
Illescas.
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Sin duda alguna se trataba de un
caballero, a juzgar por la ropa que vestía, negra toda, de seda y paños,
cubierto con una pesada armadura, portaba su espada y un puñal de
misericordia, pues en un duelo a jamás se remata al rival cuando ya
agoniza, sino que con este puñal misericordioso se corta la vida de una vez.
Así, año tras año y noche tras noche,
se veía cruzar callejones y plazuelas, entrar al templo y sollozar a
los pies del Señor de Burgos, a este caballero misterioso a quien se
llegó a conocer como “El Armado”. Tenía una sirvienta que sólo salía
para comprar lo indispensable para el alimento diario y para escuchar
misa en la iglesia de la Concepción.
Las gentes decían que se trataba de
un conocido caballero que había sido malo en su juventud, violó damas,
engañó esposos, maltrató indios… en fin, que llevó una vida de la cual
estaba arrepentido y purgaba sus culpas pidiendo perdón en capillas y conventos.
Un día, cuando la sirvienta salió a
comprar hogaza de pan y vino, descubrió que su amo pendía colgado de uno
de los balcones de la casa, casa magnífica, de piedra y cantera, con
grandes balcones enrejados. Los alguaciles descolgaron el cuerpo de “El
Armado” y se vio a través del casco un rostro lloroso y triste todavía.
Y cuentan que años después, algunas gentes que pasaban a deshoras de la noche podían ver a “El Armado”, colgado de los hierros
de aquella casona ya ruinosa y quienes con valor se acercaban,
escuchaban sus gemidos y veían que por entre la rejilla del casco,
resbalaban lágrimas de pena. No se supo el nombre y el pueblo bautizó a
ese callejón como “El Callejón del Armado”, en memoria de aquel suceso espeluznante.
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