El Odio
Se
dice que en ocasiones las personas llegan a desarrollar tanto odio que
es lo único perdura después de su muerte, quedando impregnado en el
lugar donde falleció.
Esto fue lo que le paso a Laura cuando su marido murió
en casa a causa de una congestión alcohólica, sus padres la acompañaron
un par de semanas, mientras ella se reponía. Les llegó el tiempo de
marcharse, dejándola pasar su primera noche sola después del incidente.
Por la madrugada se despertó al escuchar el sonido de la puerta
abriéndose con dificultad, y un golpe en la mesa, justo como lo hacía su
marido al llegar borracho todas las noches, esperaba simplemente que
este subiera por las escaleras y le propinara la golpiza acostumbrada,
oyó los pasos retumbar en cada uno de los escalones, acercándose cada
vez más, pero al igual se alejaron para no volver más.
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Su
vida tomó una nueva dirección, llena de tranquilidad y alegría, decidió
tener todo aquello que al marido le prohibió en vida, comenzando por
una linda casa, la cual no había tenido ningún arreglo por más de 20
años. Contrató entonces un pintor, al cual recibió muy emocionada, su
rostro se le iluminaba al ver tan bellos colores, derramaba sonrisas
junto a una inocente plática con aquel hombre, el cual se marchó con su
paleta de colores, para volver el día siguiente a comenzar con el
trabajo.
Tirada en su cama, imaginando lo bella que luciría su casa después de los retoques escuchó un murmullo que le decía –coqueta, coqueta- volteaba
hacia todos lados, y la desesperación la invadía porque a pesar de no
poder ver a alguien la voz tomaba fuerza acusándola de seducir al
pintor, incluyendo reclamos. Cuando ella reconoció la voz como la de su
esposo, el papel tapiz sobre su cabecera le dio forma a un par de brazos
fuertes, que la inmovilizaron en la cama, enrollándola
en la sabana para reducirle la respiración mientras recibía una golpiza
que la dejó medio inconsciente. Con los ojos entre abiertos, observando
a su alrededor, percibía el rostro de su marido en las paredes, las
cuales mostraban enormes venas saltadas, y transmitían una mirada de
odio que paralizaba a la mujer.
Parecía
que la casa hubiera tomado vida, transformándose en aquel hombre cruel,
las puertas fueron selladas desde dentro, y aunque los padres de Laura
intentaron entrar de mil maneras, incluso derrumbando una parte de la
construcción, no había poder humano que pudiera lograrlo, la casa parecía tener brazos que lastimaban a cualquier trabajador que si quiera se acercara por la acera de enfrente.
Por
la ventana vieron con impotencia, como la triste mujer, palidecía a
falta de comida, hasta que un día simplemente se desvaneció y murió,
atrapada por el odio de aquel hombre que fue su marido y se quedó en la
casa para seguir celándola. Ni siquiera pudieron sacar el cuerpo, pues
la gente podía jurar que las ventanas se movían, entrecerrándose dejaban notar una expresión de enojo y desaprobación hacia cualquiera que pasara por el lugar.
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