para miedo

para miedo
sufran

domingo, 16 de diciembre de 2012

El dije

.

El dije

Ya no eran simples susurros… ni leves quejidos, su respiración furiosa podía escucharse claramente a través de la puerta; estaba decidido a entrar, y esta vez estaba totalmente desprotegida. El miedo pudo más que su curiosidad, estaba petrificada, su corazón retumbaba con fuerza entre su pecho, pero los gritos se negaban a salir…

Solo podía pensar en aquella mañana, en la que por casualidad había encontrado aquel extraño dije, una pieza rectangular de oro con una cruz de Caravaca labrada en su centro, y una diminuta esmeralda la adornaba a manera de corona, que lindo hallazgo, que gran bienvenida a mi nueva casa, pensaba por aquel entonces. Si tal vez se lo hubiera contado a alguien, si tal vez hubiera seguido los consejos de aquella dizque médium, ahora no estaría con el corazón en la garganta intentando respirar, intentando despertar.
Los pasos por el pasillo cada vez se sentían con más fuerza, entraba primero al baño de invitados y dejaba abierta la llave del lavamanos – ¿cómo era posible que sus padres, en la habitación contigua, no lo escucharan? –   se acercaba con ira hacia la puerta de su habitación, bufando como un toro agónico, ella escuchaba claramente como intentaba abrir, pero afortunadamente había tenido la precaución de poner seguro a la chapa. Eso igual no lo detenía, entraba luego al baño principal y también abría la llave, el agua que cae no deja dormir a nadie, y mucho menos a ella que se consideraba amante de la naturaleza – oh Dios por favor, nunca me has oído pero hazlo hoy te lo suplico – intentaba cubrirse con las cobijas pero una violenta corriente de aire de inmediato la destapaba, tenía que quedarse muy quieta, hacerle creer que aceptaba sumisa sus castigos, pero cuando sentía que ya todo había pasado y que su presencia finalmente se había esfumado, que finalmente podía cerrar sus ojos y conciliar el sueño, una sacudida a su cama la alejaba por completo de aquella ilusión, un temblor que movía incluso los adornos que colgaban de su cielo raso, esa noche era definitiva. Pero no tenía valor.
Todo empezó un día con la creencia de que se trataba de duendes, no le parecía tan ilógico, su nueva casa estaba rodeada, oculta más bien por un espeso bosque de urapanes, eucaliptos y sauces, siempre daba la impresión de no estar allí, y eso le encantaba, era un lugar en el que cualquier criatura podría habitar, por eso no dijo nada cuando empezó a encontrar sus cosas puestas en otro orden, o cuando no encontraba algo o cuando veía tenues sombras escabullirse por el pasillo de las habitaciones, solía contárselo como chiste a sus amigas del colegio, pero una de ellas no solo se lo tomaba muy en serio, si no que también empezó a indagar más, con su abuela médium el por qué de aquellos extraños sucesos, pero Gabriella era muy cerrada respecto a sus verdaderos sentimientos, y eso creaba una barrera que la sabia anciana no podía sortear.
Las cosas fueron cambiando de tono cuando empezó a llevar a sus amigas a la casa. Una tarde, en la que tenían que estudiar para el examen final de química, una serie de alaridos, provenientes de todas partes de la casa las sacó corriendo a todas, era como si estuvieran torturando a alguien, como si su dolor se propagara desde el mismo centro de la casa hacia todo el bosque, pero ninguna de ellas supo el lugar exacto donde provenían, y luego, en medio de aquella soledad, el silencio reinaba, como si ni el viento existiera. Todas tenían tanto miedo que eran incapaces de volver de nuevo a la casa, y no fue hasta bien entrada la noche, cuando los padres de Gabriella llegaron del trabajo, que lograron entrar, para sacar sus cosas y pedir al señor Vicente que por favor las llevara a la estación del bus. Después de ese día, ninguna de sus amigas volvería a su casa. Todas excepto su mejor amiga, que estudiaba en otro colegio y era tan indiferente como ella. Habían decidido hacer una pijamada muchos días después del suceso de los alaridos; Adriana pintaba con oleos naranja un retrato del gato siamés de su amiga, que dormía plácidamente sobre los cojines del piso, mientras Gabriella, en la cocina, preparaba una rica merienda para la noche de amigas y chismes. Cuando entró a su habitación, no pudo evitar la risa al ver la pared manchada de color rojo, que chorreaba como sangre, y los ojos de sus peluches con lágrimas del mismo color. –Oye, que pesada eres, te acepto que manches la pared de rojo, pero mis muñecos??? – ¿de qué hablas? Si miras mis cosas verás que no traje el color rojo por que lo acabé hace dos días en la clase de arte!- las amigas se acercaron con cautela a la mancha que chorreaba en la pared, que no tenía un origen fijo, pero que se derramaba como una herida abierta en la piel de alguien. Las chicas solo pudieron gritar llamando a sus respectivas madres. Marcela, la madre de Gabriella simplemente limpió las manchas de la pared y se llevó los peluches sucios al patio de ropas, y les advirtió que tuvieran mas cuidado la próxima vez al jugar con pintura. Esa noche decidieron dormir con todos los animales de la casa.
Gabriella decidió que ya no se trataba de duendes, algo más había en su casa, pero era incapaz de adivinar de que se trataba, hasta la madrugada en que empezó a escuchar leves quejidos en el cielo raso; el insomnio de fin de semana y su extrema curiosidad la llevaron a correr una de las placas viejas para escuchar con mas claridad de que se trataba, pero el quejido no cambiaba, alguien se quejaba de un dolor agónico, sin arrepentimiento y también lleno de rencor; pero nadie más lo escuchaba. La abuela de su amiga Paola le envió un mensaje muy claro: alguien murió en tu casa de una manera muy violenta, y no se trata de una buena persona, por que cuando intento tocarlo, una mancha negra se atraviesa entre el y yo, debes tener mucho cuidado y encomendarte mucho a Dios, por que no está dispuesto a irse. Eso era cierto, porque a pesar de la lucha de su madre contra la mancha roja en la pared, esta aparecía a diario, y luego, no solo eran quejidos en el cielo raso o pasos en el techo, ahora también eran golpes en su rostro que ella sentía como choques eléctricos por todo su cuerpo, pero ni el agua bendita de la parroquia de La Milagrosa lograba ahuyentar los males que atacaban a la pobre chica. Y lo peor estaba por venir.
Esa noche él estaba en el pasillo, haciéndola sentir como un huésped no grato, revolcándola con furia cada vez que intentaba dormir, recordándole que poseía algo que no le pertenecía, y que lo quería de vuelta. Finalmente todo se quedó en silencio, tranquilo, Gabriella respiraba con dificultad, era incapaz de articular palabra, y el miedo se estaba transformando en un calor insoportable que subía desde sus pies hasta sus orejas, temía moverse, pues sabía que si lo hacía de nuevo, su cama temblaría y esta vez, tal vez, su corazón aterrorizado se detendría para siempre. Miraba fijamente el cielo raso, lleno de manchas que ella creía eran causadas por la humedad, quería distraer un poco su mente del miedo, pero estaba tan equivocada como cuando pensó que el dije que había encontrado meses atrás era un regalo de bienvenida para ella. Las manchas empezaron a moverse y a formar figuras y luego escenas de algo que había sucedido muchos años atrás, primero parecía ser la imagen de la familia perfecta, un pequeño bebé gateaba feliz por el cielo raso y de repente se transformaba en un hombre que era golpeado brutalmente por otros dos sujetos, las imágenes luego mostraban a uno de esos dos hombres dormir plácidamente en un espacio que se parecía mucho a su habitación, y luego, un vengativo ser se acercaba y en pleno sueño le propinaba un golpiza tan severa que el ya no despertaría jamás, las figuras mostraban como el asesino-vengador arrancaba algo del cuello de su víctima, lo tiraba al piso y lo escupía; esas manchas eran sangre seca y decolorada por el paso de los años, el dije que ella guardaba celosamente en su mesita de noche era propiedad del que había muerto mientras dormía… eso era lo que reclamaba, no era un alma en pena, era un condenado que atormentaba a los moradores de aquella casa y nunca dejaría de hacerlo, para desgracia de Gabriella, que veía como la mancha se iba haciendo mas y mas grande y se acercaba hacia ella.
Solo tuvo tiempo de gritar – esta bien, te devuelvo tu dije, pero, ¡déjame en paz!-
En un nuevo hogar, mas lejos pero muy parecido a su antigua casa, Gabriella intentaba sobreponerse a los hechos que casi le cuestan la vida, había quemado todos los peluches que tenían manchas de lágrimas de sangre y había dejado el dije justo donde lo había encontrado, rezaba más, también rezaba por el alma de aquel demonio sin perdón, no para que fuera perdonado, si no para que la dejara en paz, para siempre.
Todo iba muy tranquilo para ella, hasta el día que su hermanito le mostró un dije con la misma forma pero sin la esmeralda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario